ESCUELA NÁUTICA EN GIJÓN, ASTURIAS

ESCUELA NÁUTICA EN GIJÓN, ASTURIAS A las 06.30 levamos el ancla y bajo un cielo azul e iluminado por los primeros rayos del sol, poco a poco nos fuimos alejando de la Bahía de Anaho, en la isla de Nuku Hiva abandonando así el archipiélago de las islas Marquesas. Nuestro siguiente destino era lo que antiguamente los polinesios llamaban Pakamotu cuya traducción sería “nube de islas” y los tahitianos rebautizaron como Paumotu, es decir, “islas sumisas”. Pero estos bucólicos nombres nada tuvieron que ver con el puesto por los primeros navegantes europeos “archipiélago peligroso” por sus tornadizas corrientes y lo poco fiables que fueron siempre las cartas náuticas.

Días antes de partir, habíamos estudiado muy bien la ruta a seguir, pues el archipiélago lo componen aproximadamente unas setenta y ocho islas, en su mayoría atolones, ocupando un área de aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados. De nuevo la navegación tenía que ser meticulosa, pues entraba en juego otra variante: la hora de las mareas para adentrarse en el atolón a nuestra arribada a destino. https://www.escuelademarasturias.com/titulos-nauticos/

ESCUELA NÁUTICA EN GIJÓN, ASTURIAS Los atolones son propios de las aguas tropicales y subtropicales donde los corales encuentran las condiciones idóneas para su crecimiento. Por ello un atolón se forma cuando los corales se desarrollan alrededor de una primitiva isla volcánica y van adquiriendo la forma circular característica, bien por la aparición de una barrera coralina compacta o por el conjunto de pequeñas islas anexas. A medida que el arrecife crece la isla se va hundiendo y al cabo del tiempo (hablamos de millones de años) donde se ubicó el cono volcánico, se asienta una profunda laguna comunicada con el mar abierto por una o varias vías que permiten el acceso al interior del atolón. Esto hace que con el cambio de marea las aguas se precipiten violentamente en estos pases.

Por delante teníamos una travesía de 566 millas y ante la mala cartografía de la zona, hicimos coincidir nuestra partida con el cuarto creciente de la luna para así navegar con cierta claridad nocturna, no es que fuera a servir de mucho, pero por lo menos la apreciación psicológica era más tranquilizadora. Con el viento por el través y establecido entre los quince y los veinte nudos, todo hacía prometer una rápida y buena travesía, pero tras las tres primeras singladuras el viento comenzó a caer. Los planes se iban al traste al estar todo planificado para llegar al amanecer, haciendo así coincidir el horario de la pleamar, por lo cual, reducimos trapo para ir dejándonos arrastrar y recorrer las escasas setenta millas que nos quedaban durante un largo periodo de veinticuatro horas. Pero el desaliento se vio recompensado cuando el carrete saltó y un hermoso dorado nos entretuvo durante un buen rato sacándonos del ofuscamiento, ante la demora en la llegada. https://www.youtube.com/channel/UCUQikst1xDKzssnEeM8gvog/videos

Poco después del amanecer del día siguiente y con el nerviosismo propio de la nueva arribada, comenzamos a otear con los binoculares en la mano, la delgada línea del horizonte donde supuestamente tenía que estar nuestro destino. Los puntos de acercamiento de los derroteros no coincidían, ni siquiera los que indicaban la situación del pase principal al interior del atolón. Era como navegar a ciegas ¿dónde se encontraba Kauehi? Estábamos muy próximos a sus coordenadas teóricas y parecía que se hubiera hundido definitivamente. Hasta que por fin divisamos una densa línea de palmeras que parecían emerger del mar y extremando las precauciones, dimos un amplio margen de seguridad, al estar navegando por la parte meridional y sumergida del atolón.

En otras circunstancias el hecho de alcanzar el destino sería un momento de tranquilidad, pero en este caso la inquietud iba en aumento al aproximarnos al pase de Arikitamiro, situado en la parte sur-suroeste de la isla y cuyas dimensiones eran de doscientos metros de ancho y nueve de profundidad.

Prácticas del PER

ESCUELA NÁUTICA EN GIJÓN, ASTURIAS Una vez frente a él, inquietos y acongojados, contemplamos las aguas agitadas del acceso al interior de la laguna de Kauehi, donde el flujo saliente de la marea era como un auténtico río de aguas bravas. Atónita miraba el caudal con numerosas rompientes sin querer ni imaginarme lo que sería atravesar aquel pórtico tumultuoso. Observaba la cara de preocupación de Guillermo mientras timoneaba el Tin Tin hacia un área de aguas tranquilas algo apartada del pase y sin afectación de la corriente. Mientras tanto, nos mantuvimos dando vueltas en espera de las 12.15 horas, momento en el que se debería producir el “slack water” lo que tosca y literalmente traducido sería: aguas flojas, y lo que nosotros llamamos marea muerta. En este punto de la marea la corriente se detiene para dar lugar al cambio de flujo.

Eran las 11.15 y según nuestros cálculos en una hora aquellas aguas efervescentes tendrían que comenzar a calmarse, pero la preocupación fue en aumento, surgiendo un cúmulo de dudas ¿y si el programa de mareas que poseíamos, estaba mal? ¿y si nos habíamos equivocado al calcular la hora de la marea? ¿y si la interpolación realizada no era la correcta? ¿y si…? ¿y si…? Pero de pronto, y como por arte de magia, la tonalidad del agua fue tornándose a un azul más claro, mientras el caudal se ralentizaban en su loco curso por alcanzar las aguas libres del océano. A las 11.50 nos posicionamos en la línea central del pase observando que aún había importantes remolinos. No sabía hacia donde mirar y mi vista se centró en los dos grandes islotes o motus, como son denominados aquí, que a modo de vigías, custodiaban la entrada a la laguna. El motor aumentó de revoluciones y el Tin Tin se abrió paso hacia la laguna. Por babor el islote Patuuru y por estribor el motu Toauau. Abanzábamos por el centro del canal con dos nudos de corriente en contra lo que nos obligó a acelerar, y  de este modo, a ocho nudos, ir adentrándonos en las calmadas aguas de Kauehi, nuestro primer atolón en las Tuamotu.

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